Saturday, June 20, 2009

Washington quiet


Washington se duerme

Si pudiera borrar la ciudad con los dedos. Tan solo pasando la yema por el vidrio que nos separa; como acariciándola. Si pudiera borrarla y hacer justicia, por todos aquellos que van cayendo, sin sentido.

Pierdo mi mirada en un DC que descansa bajo la quietud del verano. Extenuante, el calor brota insoportable del asfalto. Basta ver el brillo sobre la calle para entenderlo, para saber que el resto del día será un infierno. Atravesar la humedad con todo el cuerpo. Rogar entrar al metro o a una galería para estar frescos al menos unos minutos. Pero el bosque se nos ha venido encima y todo es tan pegajoso.
The Capitol se muestra soberbio a lo lejos, en sus implacables luces que lo alzan sobre los techos. El obelisco, que emerge punzante atravesando las nubes sin contemplación. Solitario y esbelto en medio del mall. Rodeado de parque y museos, de una casa blanca y monumentos, de tantos silencios que lo recorren. Y tú aquí, esta noche, acompañándome desde tu majestuoso cielo que se define eterno. Luchas contra todos los ojitos de la ciudad que te opacan, que no te dejan arrojar una sola sombra sobre las veredas. Un solo rayito de tu luz blanca sobre las calles ásperas y exageradamente limpias. Una limpieza sofocante como si la ciudad estuviera vacía, como si estuviera… esta vacía. A esta hora cuando nadie las transita. Apenas si puedes blanquear los pastos del cementerio frente al Meridian. Cementerio que he atravesado tantas veces para volver a casa o de visita. Apenas si puedes contrastar contra los aviones que descienden en el aeropuerto, que también se duerme sobre las faldas del Potomac. Río turbio que atraviesa el diamante, que lo parte al medio como una fruta madura y lo desintegra. Uno tras otro los pájaros buscan tierra y los observo. Caen extenuados. El tintinear de las luces y los sueños de una ciudad que se va durmiendo. Solo puedo verlo porque he intentado desde mi imposibilidad humana de alzarme un poco, de haber venido a este último piso que me permite creerme también soberbio por sobre los edificios que se relajan a nuestros pies. Por todo ese mundo que sucede abajo y que puedo observar con tanto placer.
Desde lo alto, desde una intensa emoción que me supera cuando todo parece ficticio… irreal y hermoso. Cuando solitario siento alcanzar la felicidad efímera, la que dura apenas un momento y me recorre las venas. Desde un cuerpo que se entrega a la contemplación, a ensimismarse y en la profundidad permitir una mirada extensa. Puedo sentir por momentos una levitación mínima, una especie de despegue del alma, de esas sutilezas que solo suceden con lo inexplicable; como esta noche en la que encuentro algunas respuestas.

Navegan por el río un manojo de silencios y todo es reflejo y todo es un ruido que va callándose hasta lograr la pausa. Porque si hay algo que decir de esta ciudad es que verdaderamente descansa. Eso parece, que todo descansa para comenzar la mañana con una furia impensable, pero una furia invisible, de ratonera, de alto rango, de oficina, de pentágono. Con tanta furia, que cualquier decisión podría derrumbar los cimientos de mas de uno… y tanto poder en manos del absurdo, de secretos de estados… ay! cuanto riesgo. Washington deja que sus sábanas cubran el cuerpo y todo se duerma, los trenes, los autos, las caricias, los rostros, los deseos, los francotiradores. Dije que deja que cubran el cuerpo y los cuerpos... tantos cuerpos diarios por cubrir y allí Arlington los espera en sus extensas explanadas de césped y muerte. De condecoraciones desgarradas y absurdas. Con sus cruces perfectamente colocadas en línea, de película, porque todo se vende como una gran film donde caen mártires y héroes, pero nunca culpables. Los cuerpos que descansan organizados por fechas y por guerras, por conveniencias y por mentiras. Una boca inconmensurable le besa la frente a la ciudad que se duerme y con tu luz desde lo alto le desea las buenas noches.
Cambian las guardias, los soldados desconocidos. Los helicópteros que no paran, día y noche custodiando sobre la ciudad que parece quieta. Y yo te observo desde esta ventana. Luna blanca y desafiante que has abandonado Los Andes esta noche, esa tranquilidad impensada, que te paseas por el cielo majestuosa y yo te pretendo libre, iluminando las pasiones que me convocan a esta altura. Que no habrá ciudad ni silencio que pueda separarnos, y que en cada pausa, cuando levante la vista, te encuentre sonriendo y hermosa.